Era un zambo, mezcla de negro con indio, que ha levantado la leyenda más llamativa sobre empautamientos.
Sinforoso estaba en la mala. No podía hacer nada de lo que todo patiano con plata podía hacer: montar un buen caballo, beber trago y gastarle a sus amigos, ser un berraco para jugar cartas, tener varias mujeres y destreza para enlazar. Buscó el contacto con el diablo y decidió empautarse. Para entregarle el alma al “patas”, a cambio de dinero, fama y poder, el diablo le colocó unas pruebas.
El diablo citó a este hombre en el río Patía por los lados de la Fonda. Sinforoso tuvo que nadar río abajo hasta el puente de Galíndez, donde se une el río Patía con el Guachicono. Luego, el diablo le ordenó seguir nadando varios kilómetros por el Guachicono, río arriba y Sinforoso superó esta prueba.
En las noches más oscuras, sin linterna e invocando siempre al demonio, tenía que ir varias veces, hasta el Cerro de Manzanillo. Ahí lo esperaba una cueva oscura donde las visiones y los ruidos eran de terror.
Terminadas estas pruebas el pacto se firmó, con sangre, sobre un libro negro, que el “patas” se llevó. Desde que Sinforoso fue empautado se observó un cambio que sorprendió a todo el mundo. Montaba un caballo negro con buenos aperos. La habilidad con el rejo de enlazar que no lo prestaba a nadie, era incomparable. Bebía como un demonio y le gastaba trago a todo el mundo, tenía las mujeres que quisiera, jugaba naipes, a veces ganaba y otras perdía. Cuando se quedaba sin dinero salía a orinar, hacía musarañas con las manos y volvía a entrar con mucha plata.
Eso sí, vestía como un pordiosero y además era muy feo porque en su rostro se podía apreciar la fisionomía del diablo. El diablo le había dado el secreto para ser irresistible a las mujeres, a cambio de que fuera muy malo con su esposa. Cuando una mujer le gustaba, le daba la mano amablemente y mentalmente decía el conjuro: “jardineritas, jardineritas, vengan todas a mi carriel”.
El demonio le había dado poder para tener todas las mujeres que él quisiera, pero con ninguna podía tener hijos, le había dado todo el dinero para que bebiera o lo gastara en vicio pero no podía prestarlo a nadie, así fuera el más amigo. Tampoco podía comprar bienes ni mucho menos ayudar a alguien. Había logrado poseer el anhelo de todo patiano: caballos, mujeres, fama y trago, pero nunca fue feliz.
Entonces Sinforoso un día decidió conducir a su caballo, a todo galope, hasta la iglesia en donde estaba la gente en misa. El diablo, que lo perseguía, se acercó a la casa de Dios sacando chispas de rabia al no poder entrar al templo. Sinforoso avanzó hasta el altar y de rodillas, al cura, pidió perdón. E sacerdote paró la misa y escuchó mientras la gente rezaba para ahuyentar a Lucifer.
Entonces el demonio reventó como dinamita y sólo quedó un olor a azufre quemado.
Después que el cura confesó a Sinforoso, lo regó con agua bendita, le colocó un escapulario y le impuso la penitencia. Pasó el tiempo y el hombre se convirtió en excelente esposo y padre aunque cada día que pasaba era más pobre. Sinforoso daba gracias a Dios y la Virgen por haberle quitado de encima al diablo, pero estaba equivocado.
Cierta noche, la madre y la hija habían salido a un velorio y Sinforoso, muy confiado, estaba solo en casa. Entonces apareció Satanás quien alargó su mano y lo capó.
Dicen que Sinforoso murió desangrado esa misma noche.
lunes, 17 de mayo de 2010
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